Tras el relajante baño de la noche anterior, decidimos arrancar el día pronto para explorar el entorno del lago Myvatn con tranquilidad. Uno de los puntos de salida de todas las excursiones por la región es el pueblo de Reykjahlíð, situado al norte del lago. Nosotros dormíamos justo al sur, a Skútustaðir, que también es un buen punto para empezar a seguir las tradicionales rutas.
El campo de lava Dimmuborgir
Así pues, uno de los primeros puntos de interés que encontramos por el camino, en dirección a Reykjahlíð, fue el campo de lava de Dimmuborgir, donde se pueden ver extraños pilares y colinas que se crearon hace más de 2000 años en una de las explosiones del volcán Hverfell, que se vislumbra perfectamente desde la zona.
Hay tres caminos marcados que se pueden seguir fácilmente a pie para contemplar estas curiosas formaciones. El más popular es el Círculo de la Iglesia (2,25 km), conocido como la ruta Kirkjan, que se puede hacer en menos de una hora. Sino también se puede hacer el Círculo Pequeño (550 m, unos diez minutos) y el Círculo Grande (800 m, 20 min).
Una segunda opción, que nosotros no hicimos para no perder mucho tiempo ya que volvíamos a tener muchos kilómetros esperándonos, es subir al cráter del Hverfell. La subida no es excesivamente dura y las vistas valen la pena, pero el viento que suele soplar es bastante fuerte.
Se calcula que se necesita una hora, como mínimo, desde que se deja el coche en la base del cráter hasta que se completa el recorrido. Este cráter casi simétrico apareció hace 2.500 años por una erupción catastrófica del complejo Lúdentarhíd.
Las fumarolas Hverir
En lugar de eso fuimos hacia la zona de Hverir, un paisaje lunar de calderas, respiraderos humeantes y fumarolas calientes. El espectáculo es impresionante, ahora bien, el hedor a putrefacción puede estropearte la visita.
El primer impacto cuando sales del coche es duro. Mi sensación fue que, si esa peste se mantenía, el desayuno no aguantaría mucho tiempo dentro de mi estómago, pero poco a poco te acostumbras (nunca del todo) y vale la pena acercarte a las calderas y quedarte boquiabierto sin terminar de entender como todo eso puede surgir de manera natural del suelo.
Eso sí, es muy importante tener cuidado con el viento porque si cambia de dirección te puedes encontrar en medio de una nube de vapor putrefacto que irrita mucho los ojos y la garganta.
El cráter del volcán Viti
Justo en frente de la zona de Hverir, hay un desvío de la carretera 863 de sólo 7 kilómetros que te lleva hasta Krafla, donde hay una enorme una planta de energía geotérmica que aprovecha los movimientos de la región.
Algo más al norte, hay un aparcamiento que permite acceder al cráter del Viti (traducido como infierno), que tiene un lago de agua en su interior. Es muy fácil y rápido llegar. Además, desde el mismo cráter se pueden contemplar nuevas zonas donde el suelo humea y huele a azufre.
A medio camino del desvío que te lleva hasta Krafla, te encuentras una ducha exterior que está justo al lado de un arroyo. Es curioso acercarse y tocar el agua. Nunca en la vida había puesto la mano en un río de agua tibia!
Hacia los fiordes del este
Una vez visto todo esto, tomamos la carretera y nos adentramos en el desierto de Austurland durante un par de horas para llegar a la región de los fiordos del este. Aunque sabíamos que llegaríamos un poco más tarde de la hora que ellos tienen costumbre de comer, decidimos ir hasta Egilsstadir (en la carretera hay muy poca cosa para detenerte a comer), uno de los pueblos más grandes de la región, a pesar de que sólo tiene 2.300 habitantes.
De camino hay muchos tramos de la Ring Road que están sin asfaltar. Es curioso encontrarse un cartel en la carretera principal en el que te indican que durante 15 kilómetros la carretera es de grava. Una situación increíble que se da más a menudo de lo que uno espera.
Así pues, en Egilsstadir comimos un plato de carne y una hamburguesa en un bar restaurante llamado Salto, uno de los pocos que localizamos que no fuera un self service de gasolinera y donde todavía nos daban comida a pesar de ser bastante tarde (las dos y medía o así). El precio fue relativamente asequible para ser Islandia, 5.500 isk (unos 36 euros), ahora bien, el servicio nefasto.
Tened en cuenta que en la mayoría de restaurantes son MUY lentos sirviendo, se lo toman con muchísima calma. Incluso a la hora de cobrarte no tienen ninguna prisa porque confían en que nadie se levantará de la mesa sin haber pagado. Así que tomaos con calma las comidas o si tenéis prisa optad por entrar a buscar un sándwich en un supermercado o una hamburguesa en alguna gasolinera (aunque tampoco está garantizado que en este último lugar os sirvan con rapidez).
El fiordo Seydisfjördur
Después de comer, aprovechando que había dejado de llover y había salido el sol y que todavía teníamos mucha tarde por delante, decidimos adelantar uno de los planes que teníamos para el día siguiente y llegar hasta el fiordo Seydisfjordur. Fue una gran decisión porque al día siguiente nos despertamos con niebla y hubiera sido imposible llegar hasta este bonito pueblo.
Para acceder a él tienes que atravesar un puerto de montaña espectacular, en el que hay un lago con icebergs y donde te encuentras numerosos saltos de agua por todas las montañas que rodean la carretera. Sólo por estas vistas ya vale la pena hacer el camino para llegar hasta el pueblo de Seydisfjordur, pero nuestra recomendación es que también dediquéis un rato a pasear por este bonito municipio de sólo 700 habitantes. Es de película, rodeado de montañas, tranquilo, con casitas de madera… Nos habríamos quedado a vivir con los ojos cerrados!
Supongo que también nos enamoró tanto porque hacía mucho sol y la temperatura era muy agradable (incluso nos sentamos en una terraza a tomar un té y un trozo de tarta), pero supongo que con nieve, niebla y sin luz ya debe ser otra historia…
Noche en Reydarfjördur
Desde Seydisfjordur fuimos hacia otro fiordo, Reydarfjördur, el pueblo donde pasábamos la noche. A través de Booking habíamos reservado por 95 euros una habitación con baño compartido y desayuno incluido en el B&B Taergesen (Budargata, 4).
Reydarfjördur es uno de los fiordos con menos encanto, pero era el único donde había conseguido encontrar alojamiento para aquellas fechas y eso que reservamos con dos meses de antelación.
El B&B no estaba mal, pero nos encontramos que en el pueblo no había absolutamente nada abierto a partir de las seis de la tarde y la única opción que tuvimos para cenar fue quedarnos en el mismo B&B que disponía de restaurante, el único del pueblo.
Fue la cena que nos salió más cara, 9.920 isk (más de 60 euros), y no acertamos mucho en nuestra elección. El filete de cordero estaba buenísimo, pero se nos ocurrió pedir el cordero ahumado tradicional de la isla. No pudimos comernos ni la mitad. Aunque el sabor no era tan fuerte como esperábamos, el aroma era insoportable. Cada vez que nos acercábamos el tenedor en la boca teníamos la sensación de estar acercándonos un cenicero.
Si os apetece probarlo, al igual que el pescado ahumado, hacedlo, pero tened en cuenta que se trata de alimentos con un sabor y un aroma extremadamente fuertes.
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