Llegada al aeropuerto
Aterrizamos en el aeropuerto de Keflavik pasada la una de la madrugada. Después de casi cuatro horas de vuelo (el avión de la compañía low cost islandesa WOW Air sale de Barcelona a las 23:00 horas, pero se debe tener en cuenta que el cambio horario son dos horas menos), Islandia nos recibía a 11 grados y con un aguacero terrible.
Aunque sea media madrugada, durante los meses de verano hay autobuses las 24 horas del día que conectan el aeropuerto con el centro de Reykjavik (más información aquí), a unos 40 minutos, pero en lugar de ir hacia la capital nosotros decidimos quedarnos a dormir cerca del aeropuerto y emprender la ruta a primera hora de la mañana ya que Reykjavik era la última parada de nuestro viaje.
El alojamiento de la primera noche
Hay algunas guesthouse que te ofrecen servicio de recogida en el aeropuerto, pero no era el caso de la nuestra, así que nada más llegar al aeropuerto recogimos el coche que habíamos alquilado con Sixt (las sedes de las compañías de alquiler de coche que hay en el aeropuerto también funcionan las 24 horas del día) y nos dirigimos al B&B Home Guesthose (Thórsvellir, 2. Reykjanesbær), ubicado a cinco minutos del aeropuerto.
Lo habíamos reservado previamente a través de Booking por 85 € con baño compartido y desayuno incluido y la misma propietaria se puso en contacto con nosotros unos días antes para decirnos que cuando llegáramos encontraríamos un teléfono en la puerta para avisarle y de esta manera no despertar al resto de huéspedes.
Y, efectivamente, colgado en la puerta, dentro de una bolsa de plástico para evitar que se mojara, había un teléfono móvil esperándonos (uno de aquellos de antaño pero que todavía funcionaba). La relación calidad-precio de esta guesthouse fue la mejor de todo el viaje porque a medida que te acercas a zonas más turísticas la calidad va bajando y el precio va subiendo…
El inicio de la ruta por Islandia
Así pues, después de haber pasado nuestra primera noche en Islandia y de habernos despertado a las seis de la mañana pensando de que eran las diez (es increíble como se hace de día a las tres de la mañana…), empezamos a hacer kilómetros.
Nosotros optamos por ir primero al norte y luego hacia el sur, aunque hay mucha gente que lo hace al revés. El resultado final es el mismo, pero os recomiendo que si queréis hacer toda la vuelta a la isla sigáis la ruta que hicimos nosotros. El sur tiene algunos lugares mágicos y es mejor dejarlos para el final porque las grandes impresiones del viaje siempre vayan en aumento.
La segunda noche la pasábamos muy cerca de Akureyri, la capital del norte de la isla, así que teníamos por delante más de 400 kilómetros. Nos habían dicho que este recorrido era uno de los menos espectaculares, pero como aún no has visto nada de lo que te espera, todo lo que ves delante de ti te parece único y increíble.
Incluso pasas por un túnel de 6 kilómetros que está construido bajo un fiordo (es el único momento en el que hay que pagar para circular, ya que pasar el túnel son 1000 isk, poco más de 6€).
La región termal de Deildartunguhver
Para no hacer toda la tirada seguida, a medio camino decidimos desviarnos por la carretera 50 hacia Reykholt, donde está la región termal de Deildartunguhver. Aquí es donde ves por primera vez como sale agua hirviendo de la tierra y donde descubres como es el olor a azufre que te acompañará en muchos puntos del viaje.
Desde la carretera se ve perfectamente la nube de vapor que generan los 180 litros de agua hirviendo que salen de la tierra cada segundo.
Las cascadas Hraunfossar
Entonces seguimos un tramo por la carretera 518 para llegar hasta las cascadas Hraunfossar. El nombre Hraun proviene de la palabra islandesa “lava” y es que esta serie de cascadas caen al río Hvítá a través de un campo de lava que fluyó de la erupción de uno de los volcanes que hay bajo el glaciar Langjökull.
Caminando unos 15 minutos, siguiendo la señalización que hay en la zona, se llega a la cascada Barnafoss, una opción que nosotros declinamos porque nos empezó a llover.
Tras comernos por unos 20€ un par de hamburguesas en una gasolinera que había retornando a la carretera principal, continuamos el camino hacia el norte, mientras seguíamos descubriendo paisajes que nos dejaban sin palabras.
Glaumbaer
Como el recorrido se hace largo (la Ring Road, que es la carretera principal, únicamente tiene dos carriles, uno de ida y uno de vuelta, y en algunos tramos no está ni asfaltada, así que nadie se piense que hacer 100 km en Islandia es el mismo que hacerlos por una autopista), decidimos volver a desviarnos un poco del camino y seguimos por la carretera 75 hasta Glaumbaer, donde está el museo de la explotación de la turba, un material orgánico que se utiliza para obtener combustible o abono.
Son poco más que cuatro casetas restauradas que datan del siglo XVIII y XIX y que te permiten ver en qué condiciones vivían los islandeses años atrás, pero es un entorno muy bonito para estirar las piernas. Eso sí, si estás muy interesados uno de los edificios es un museo al que se puede acceder por 1.500 isk, unos 10€.
Justo al lado de la Ring Road, a unos 30 kilómetros antes de llegar a Akureyri, teníamos el alojamiento de la noche, Engimyri Guesthouse. Una habitación con baño compartido y desayuno incluido nos costó 105 euros reservada en Booking. La casa no era nada del otro mundo, pero el entorno, está rodeada de montañas, cascadas y arroyos, era una pasada.
Visitar Akureyri
En esta casa nos ofrecían la oportunidad de cenar, pero decidimos llegar hasta Akureyri para descubrir cómo es la capital del norte de la isla (a pesar de ser la segunda ciudad de Islandia tiene sólo 17.000 habitantes…).
Akureyri está situada al final del fiordo Eyjafjördur y vive principalmente de la pesca, los estibadores y del movimiento universitario. El centro está alrededor de la calle comercial Hafnarstraeti y de la pequeña plaza Radhústorg, mientras que en lo alto de una colina, visible desde todos los puntos de la ciudad está la iglesia, Akureyarkirkja, construida en 1940. Posiblemente es uno de los núcleos con más encanto de los que visitamos.
Para aparcar en el centro hay que disponer de un disco en forma de reloj, que se puede conseguir en cualquier gasolinera, y marcar la hora en que se ha estacionado. Las zonas están marcadas en función del tiempo que se puede dejar el coche, aunque en el centro sólo hay señalizar cuánto rato estarás entre las diez de la mañana y las cuatro de la tarde. No hay que pagar, pero es importante no pasarse de la hora porque el precio de las multas es considerable.
A la hora de cenar terminamos en el restaurante Bautinn, donde te ofrecen comida tradicional islandesa a precios razonables. Hay algunos platos que incluyen la posibilidad de disfrutar del buffet libre de sopas y ensaladas, así que por poco más de 9.000 isk, unos 60 euros, probamos, cerveza artesanal, salmón, ballena (estaba rica, aunque al día siguiente nos hicieron sentir mal porque nos dijeron que los islandeses no acostumbran a comer y que sólo las matan por los turistas…) y nos hartamos de ensalada y sopa. Relación calidad-precio bastante recomendable.
Cerrábamos así un día muy largo y nos íbamos a dormir con la duda de si a la mañana siguiente conseguiríamos ver ballenas!
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